domingo, 11 de diciembre de 2016

Parábola del Retorno, de Juan Soto: El cine de un intermediario


Parábola del Retorno, del realizador colombiano Juan Soto, quien vive en Londres, ganó ayer el premio Númax de Exhibición del Festival de Cine Márgenes, de Madrid. El jurado destacó "la potente dimensión política que adquieren unas imágenes de espera, aparentemente banales, como condensación de cinco décadas de conflicto armado (en Colombia)". "Celebramos también -agregó el jurado- la sutil utilización del arquetipo del retornado como depositario y portavoz de múltiples experiencias del exilio". Desde hoy y hasta el 31 de diciembre, todas las películas  del Festival (incluidas las retrospectiva de José Luis Torres Leiva y Lluis Escartín) se podrán ver gratis y online en www.margenes.org 
Aquí una reseña de esta película, escrita especialmente para Pajarera del Medio, por Andrés Suárez.

Parábola del Retorno, premiada ayer en Márgenes (Madrid) es un documento de enorme valor histórico hilvanado con una particular poética entre el documental y la ficción. Se puede ver desde hoy y hasta el 31 de diciembre en www.margenes.org

"O, sing, Ulysses, sing your travels. Tell where you have been, tell what you have seen. And tell a story of a man who never wanted to leave his home, who was happy and lived among the people he knew and spoke their language. Sing how he was thrown out into the world".
Jonas Mekas (Lost lost lost, 1969)

"Je me demande comment se souviennent les gens qui ne filment pas".
Chris Marker (Sans soleil, 1983)


Por Andrés Suárez*

Creo que llamar la atención sobre el interés que despertaron y la influencia que han tenido las obras de Jonas Mekas y Chris Marker en un realizador como Juan Soto desde sus años de formación en la EICTV de San Antonio de Los Baños (Cuba), no puede ser algo novedoso. Sin embargo, no perder de vista las propuestas y las particulares visiones de estos dos directores que marcaron hitos sustanciales en la vanguardia cinematográfica de la segunda mitad del siglo pasado, puede ofrecer importantes herramientas para acercarse al más reciente trabajo de este joven director colombiano, Parábola del Retorno.

Su sinopsis hace referencia explícita al inesperado regreso de un hombre que, tras la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y las FARC, ve la oportunidad de poner fin a un exilio involuntario en Londres y reencontrarse con su familia en Colombia después de tres décadas de ausencia. 

No es extraño que la Historia, ese conjunto inasible de acontecimientos -para muchos impalpables- que moldean continuamente los relatos y las realidades nacionales, ocupe un lugar central en este mediometraje de 42 minutos de duración. En Soto es frecuente el uso de imágenes propias y de archivo sobre el conflicto armado y las tensiones políticas en Colombia y, en particular, el trabajo con una obstinada memoria familiar atravesada por uno de los episodios históricos más atroces que han ocurrido en el país y que ha sido retratado posteriormente en documentales como El baile rojo (Yezid Campos, 2003): el exterminio sistemático al que fueron sometidos en la década de 1980 miles de militantes y representantes de la Unión Patriótica, un partido legalmente constituido, a manos de grupos paramilitares, narcotraficantes y oficiales del Estado. 

Sin embargo, a pesar de dar continuidad a algunos gestos y ofrecer una mayor dimensión a los hechos a los que se alude en otros de sus trabajos, Parábola del Retorno ofrece al espectador una estructura que suscita interesantes cuestionamientos formales con los cuales la obra impide que se le reduzca llanamente a las categorías de cine político o de cine documental.

Desde la primera secuencia se hace referencia a la promesa de un viaje que sirve como catalizador para que exista el hecho cinematográfico. La decisión del protagonista de volver a Colombia ha provocado en él la necesidad de comprar una cámara para registrar este desplazamiento físico, que, eventualmente, podrá ser percibido en realidad como un acto de introspección: el diario de viaje sirve aquí como excusa para dar lugar al flujo de conciencia de un hombre desterrado que termina por ofrecer a su destinatario accidental, el espectador, un relato íntimo, episódico e incompleto de su vida. 

Adicionalmente, en esta misma primera secuencia se plantea la particularidad de su mirada: una manipulación aparentemente ingenua de la cámara recién adquirida será la que medie entre la realidad material a su alrededor y ese futuro próximo en el que se reencontrará con el pasado que revisa ansiosa y aleatoriamente. El acto de filmar no es algo dado ni trata de ser ocultado. Por el contrario, hay un gran valor y un acento especial en este hecho donde se conjugan esos dos tiempos simultáneos del exilio: un presente que nunca termina de construirse por su calidad provisional y cuyo significado parece radicar únicamente en relación a un pasado cada vez más lejano, que, paradójicamente, siempre se concibe como posibilidad latente.

Los suburbios, los paisajes y las calles enmarcados por las ventanas del tren y los rostros de los desconocidos que viajan con él en el metro, son sustituidos más adelante, tras abordar el avión,  por planos cerrados que ofrecen tan solo porciones, detalles y pistas de la larga trayectoria recorrida de vuelta a su país, y que son determinados por la propia experiencia del pasajero, obligado a permanecer en un lugar que restringe significativamente su mirada. Es así como paulatinamente la imagen se torna cada vez más claustrofóbica y el relato, que avanza por lo general en un tiempo diferente a través de la palabra escrita, se nutre ocasionalmente de algunas imágenes de archivo que logran dar forma a ese pasado que se resiste al olvido.

Las anécdotas compartidas por Wilson Mario, que es el nombre con que se presenta este personaje que usa con naturalidad la primera persona en la narración, son encadenadas por asociación libre o por algunas relaciones sutiles con la imagen. Estas nos van revelando diferentes dimensiones de un hombre cuyos vicios y errores no pretenden ser ocultados, pero que tampoco nos impiden observar con empatía sus cualidades y pasiones. Se construye así la imagen de un hombre imperfecto, como cualquier otro. Su lenguaje se caracteriza al mismo tiempo por el desenfado y la moderación; son comunes las expresiones coloquiales pero en sus palabras no hay espacio para los excesos emocionales. 

Sin embargo, esta dimensión de la intimidad se desplaza a un punto de comunión entre su lengua materna y la lengua adquirida en el exilio: una fortuita equivalencia literaria que hace de los primeros versos de "Burnt Norton" del inglés T. S. Eliot y las primeras estrofas de "Parábola del Retorno" del colombiano Porfirio Barba Jacob, dos expresiones del mismo desasosiego. Estas citas directas al arte literario son expuestas en ambos casos de maneras semejantes: proyectándose en otros hombres, Wilson nos permite oír los primeros versos siendo recitados por el mismo Eliot y más adelante nos hace escuchar a uno de sus hermanos que recita de memoria para él el poema de Barba Jacob, como cuando era pequeño. El jardín, los pájaros y la pérdida irremediable de un tiempo anterior aparecen como elementos comunes a los dos poemas y su aparición refuerza en esta carta sin destinatario la potente capacidad del arte, de esta obra de dialogar con el mundo y no restringir su significado a una experiencia particular. Se trata, antes que nada, de una parábola universal sobre la pérdida.

Soto es un realizador interesado en la vida íntima como materia prima, un interés que puede ser corroborado en un diario personal como Nieve (2012) o en su largometraje compuesto, entre otras cosas, por un amplísimo archivo familiar, Estudio de reflejos (2014). Sin embargo, creo que las relaciones y los límites entre la vida y el arte alcanzan puntos sugestivos cuando este realizador se ha valido del cine para remover el polvo de la memoria que guardan los miembros de su familia.

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Parábola del Retorno puede relacionarse directamente con dos cortometrajes producidos seis años atrás y en cierta medida podría ser la tercera parte de una trilogía concebida por accidente.  Aunque no hablaré de ellos en profundidad, sí quisiera señalar algunas consideraciones que 19° Sur 65° Oeste (2010) y La gran cicatriz (2011) logran apuntar.

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En ambos trabajos Soto aparece como elemento catalizador: el joven estudiante de cine promueve espacios de diálogo con algunos de sus parientes más cercanos en torno a la fragmentación familiar a raíz de la desaparición de "El Negro" (su tío) y el exilio de "Caliche" (su tío abuelo). En esta medida, la presencia del realizador no aparece encubierta, pero tampoco se vuelve protagónica para no interferir y procurar el mejor desarrollo de estos encuentros. En el primero de estos trabajos (aunque filmado posteriormente), el punto de inicio comprende un viaje a Montevideo con el objetivo de llevar una videocarta familiar dirigida al hombre que, desde hace muchos años, se ha visto obligado a vivir fuera de su país y del cual Soto pretende elaborar un retrato audiovisual. 


Vínculos personales -y estilísticos- unen Parábola del Retorno con 19° Sur 65° Oeste, trabajo con el que Soto se graduó de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de Los Baños (Cuba).

Allí nos damos cuenta de que la comunicación epistolar fue otrora un hábito necesario para esta familia dividida y que, solamente a partir de los años ochenta, el desarrollo tecnológico y la popularización de dispositivos de grabación permitieron pensar en las imágenes en movimiento como un medio alternativo de comunicación e intercambio (un hecho que también puede ser observado en otros cortometrajes colombiano como Migración -Marcela Gómez Montoya, 2008- y Jet Lag -Gustavo Vasco, 2010-). 

Es así como el video adquiere un valor al interior de la familia y en el segundo de estos trabajos encontramos una escena en la que la tía, la abuela y las pequeñas primas de Soto revisan y comentan unas viejas grabaciones que les fueron entregadas por algunos compañeros de trabajo de "El Negro", Wilson Mario, inmediatamente después de su desaparición en 1987. El mismo material de archivo que sirve como cierre agridulce para esa última invocación, esa construcción imaginaria que es Parábola del Retorno y que seguramente servirá para ayudar a cicatrizar esa gran herida siempre abierta.

El cine de Soto es capaz de suscitar diálogos universales y sus obras dan cuenta de un estilo y una autonomía artística innegociable; sin embargo, no es desdeñable la relación que estas obras tienen con sus protagonistas y la forma en que este director echa mano de su bagaje cultural para ofrecerse él mismo (no el cine) como un intermediario, un puente, un medio para recordar, honrar y clausurar ciclos vitales para su familia. Es en casos como estos donde el diálogo permanente entre la vida y el arte, un diálogo que rechaza la subordinación utilitarista de cualquiera de esas dos partes, se nos aparece más precisa y más necesaria que nunca.


Creo que con este trabajo es pertinente rescatar algunas de las preguntas planteadas por Diego García-Moreno, otro documentalista colombiano, en un texto cuyo título toma prestado Soto para el segundo trabajo de esta "trilogía", pues ante el panorama político actual del país, estas resultarán siendo pertinentes e incluso, eventualmente, inevitables: "¿Cuánto dura la guerra? La guerra se instala en la memoria y terminados los combates viene un período de recuento, el período del recuerdo, de la búsqueda del remedio que calme las pesadillas. ¿Es también ese período de concepción del arte y la fabricación de la obra parte de la guerra? ¿Es acaso el arte, al encontrarle un soporte a la desgracia, un principio de sanación de la guerra? ¿Cuándo termina una guerra?".

Ver también:
19° Sur 65° Oestehttps://vimeo.com/31173731


*Realizador y guionista. Graduado de la Escuela de Cine y Televisión y de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional. Dirigió Los ríos (2015), seleccionado en varios festivales. Con Las lágrimas, fue uno de los ganadores de la Convocatoria 2016 del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico en la categoría Realización de Cortometrajes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soto termina agregando y dando un lugar a lo mismo que Luis Ospina: imágenes del grupo de personas que la historia tiene que recordar e incluir casi que a la fuerza, reunidos bebiendo y en recocha. ¿Humanización o banalización? Lugares comunes en el texto y fascinación enfática en el viaje en trenes y avión, como quien se deleita en cualquier elemento de cualquier paisaje como si lo viera por primera vez, en el sentido de cierto goce cándido e ingenuo. ¿Por qué, si creo yo que muchos hemos visto muchas películas y esta no es precisamente la primera en donde vemos semejantes experiencias (si no es que las hemos vivido en persona)? Con todo respeto y sin querer posar de snob, ¿por qué ese provincianismo en la mirada? se trata de escrutinios a quienes van en un tren o un avión y a los elementos que rodean a quien mira. ¿Realmente que se mira? Da la impresión de que se mira todo pero realmente no se mira nada. ¿Se invita realmente a hacer libre asociación entre texto e imagen o debemos dar por hecho que tal invitación existe en toda obra? ¿Presentan los textos escritos la suficiente apertura para dar pie a semejantes procesos? ¿No será que aquí todo vale? Puede encajar incluso la recurrente referencia que Pedro Adrian hace a "Alma Provinciana", si uno mira la movilidad y los imaginarios entre provincias y urbes. Se ajusta Ulises como T.S. Eliot, Barba Jacob, como Mekas y Marker, porque se hacen ajustar a la fuerza. Ciertamente no tienen que tener ninguna relación con la U.P., pero en materia de conocimiento y también de licencias poéticas, ¿entonces cuándo se va a hablar de la U.P. como U.P., es decir como programa, ideas, visión, etc? Y quizás el día que quieran hablar de Mekas y Marker, podrían terminar hablando de Varda y de Ivens en cambio. Totalmente válidas las licencias poéticas y las derivaciones, pero el punto es que al evadir incluso poéticamente, también se está ejerciendo indirectamente una agenda de censura y de velado de lo alguien tiene que hablar en últimas pero que nadie lo habla. Y alguien dirá "el cine (o el "audiovisual") no está obligado a hablar o informar sobre nada". Pues entonces yo le pregunto por qué han escogido mencionar a las víctimas de magnicidio de la U.P. ¿Para explotar un tema sensible nada más?

Anónimo dijo...

De acuerdo, a los de la UP no los mataron por hacer fiestas o por bailar salsa precisamente